Con 20 o 30 años te quieres comer el Mundo, y a partir de los 40, ves como es el Mundo el que te va comiendo poco a poco.
Pero bien es cierto decir, que de 20 a 30 años, cometes auténticas locuras.
Ocurrió en las últimas etapas de la Vuelta Ciclista a España del año 1998. Estaba en Madrid para hacer las últimas etapas, y recuerdo que nos pasó de todo (digo nos pasó porque ocurrió con un amigo mío técnico de Radio Nacional de España).
El viernes la etapa acabo en Navacerrada, nos aburrimos mucho en una etapa donde se esperaba más. Además nos pusimos de agua hasta las orejas ¡Dios, que manera de llover!
Sin embargo, el sábado amaneció un día soleado, y comenzamos a hacer planes. Como era una cronometrada no habría retrasos, así que decidimos dejar el coche en los aparcamientos de la Estación de Atocha, coger el Cercanías hasta Fuenlabrada, vuelta de nuevo en tren, y de allí en coche hasta Cuenca para conocer la ciudad.
Luego nos tocaría vuelta a Madrid, ya que el final de la última etapa era en el tradicional Circuito de la Castellana.
Autovía hasta Tarancón, y luego una carretera malísima hasta la capital conquense. Buena cena en Casa Eladio, un poco de marcha y de vuelta a Madrid.
Pero a tres kilómetros de salida hacia Madrid, decidimos pasar la noche en Cuenca (a pesar de tener hotel pagado en la capital de España), aprovechamos la mañana del domingo para hacer turismo, y llegamos con el tiempo justo a La Castellana para retransmitir el final de etapa. Locuras de juventud
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